Por Rocío Sánchez.
Los pechos femeninos enfrentan una crisis de identidad. En el mundo actual, tienen dos opciones: una es agazaparse, brotar apenas, como en las modelos de pasarela y en muchas actrices de cine hollywoodense, y la otra es florecer fecundamente como en algunas cantantes o estrellas de la pornografía.
Además, ya sabemos que la mayoría de nosotras, las de a pie, renegamos de su tamaño. Las que las tenemos grandes porque estorban, pesan y atraen miradas indeseadas; las que las tenemos pequeñas porque “parecemos niños”, porque la lencería no se ve tan coqueta o porque no aportan “mejores proporciones” a nuestro cuerpo.
Cuando era niña, esperaba con ansias el momento en que surgieran en mí esas curvas, el signo más visible (según mi inocente visión) de maduración de mi cuerpo. No sabía exactamente para qué los quería, pero estaba segura de que los necesitaba. Los esperé años y años, y mientras no aparecieron, el bullying era sutil pero constante, siempre proveniente de otras mujeres, ya fueran amigas o dentro de mi propia familia. Seguramente los hombres tenían también su opinión, sólo que no me la comunicaban.
¿Por qué no podemos sólo amar nuestros pechos sólo como una parte más de nuestros cuerpos, sin arrebatamientos, sin dilemas amor/odio? ¿Amarlos como amamos a las manos, las rodillas o el ombligo? No tengo la respuesta. Me atrevería a decir que los pechos simbolizan para a las mujeres algo parecido a lo que el pene es para los hombres: depositamos en ellos nuestra feminidad, nuestra valoración como mujeres.
De acuerdo con algunos datos, ya las mujeres egipcias resaltaban con tonos azules las venas de sus pechos y pintaban de dorado sus pezones. Pero a pesar de esta coquetería, en las primeras civilizaciones los pechos representaban, más que cualquier otra cosa, la capacidad fértil. Más tarde, con la llegada del Renacimiento surgió una mayor aceptación del placer sexual, por lo que los pechos fueron reconocidos plenamente como elementos eróticos. En esa época el estándar de belleza eran los senos muy pequeños, muy redondos y extremadamente altos que podemos admirar en toda la producción pictórica que sobrevive hasta hoy.
Los seres humanos somos la única especie de mamíferos que tiene los pechos inflamados aunque no esté amamantando. ¿Por qué? Su función fisiológica es alimentar, pero eso no ha impedido que, en el Occidente, sean un gran símbolo de atracción erótica. Explicaciones naturalistas sugieren que, al simbolizar la fertilidad de la mujer, atrae los deseos masculinos. Sin embargo, es indudable que gran parte de la carga erótica de esa área del cuerpo es resultado de una construcción social.
Esto último nos lo dicen los brassieres con cada vez más relleno (textil, líquido, de aire, de gel), las prótesis cada vez más a la mano de la consumidora promedio, así como la publicidad que usa los pechos para anunciar bebidas alcohólicas, autos, desodorantes masculinos, llantas y hasta taller mecánico más minúsculo de la más minúscula ciudad de nuestro país.
Por eso me fascinan ideas como las de Elina Halttunen, una diseñadora finlandesa que este año lanzó una línea de trajes de baño para mujeres que han pasado por una mastectomía (extirpación del tejido mamario). Los modelos no intentan cubrir la ausencia, sino que la enmarcan o, simplemente, la ignoran con su hechura. Es un ejercicio retador para quien se atreva a ponerse un bañador de este tipo y, por supuesto, para quien lo vea, pero permite recuperar un elemento importantísimo en la autopercepción de estas mujeres: la feminidad no está en una, ni siquiera en las dos mamas, sino en la persona.
Así, los pechos reciben atención deseada y no deseada durante todo el año. Octubre es el pretexto perfecto para poner atención también en su salud y bienestar, que implica necesariamente la salud de la dueña de esos tejidos. No abundaré más aquí porque seguro estarán leyendo sobre ello durante lo que resta del mes. Sólo recordaré que lo que está en juego en el cáncer de mama no es la estética o la feminidad, sino la vida misma de las mujeres.