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martes, 23 de febrero de 2016

La historia de los abortifacientes (Por Stassa Edwards*)


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The History of Abortifacients


La flor pavo real (o Flos pavonis) es una planta fascinante que al florecer alcanza los 9 pies, con flores brillantes rojas y amarillas. Pero es más que hermosa; también es un abortifaciente. Uno de los registros más sorprendentes de la planta nos llega de la ilustradora botánica María Sibylla Merian, quien, en su libro de 1705 titulado “Metamorphosis of the Insects of Surinam”, cuenta que:

Lxs indígenas que no son bien tratados por sus amxs holandesxs, utilizan las semillas [de esta planta] para abortar a sus hijos, para que sus hijos no se conviertan en esclavxs como ellas. Lxs esclavxs negrxs de Guinea y Angola han exigido recibir mejor tratamiento, amenazando negarse a tener hijos. Ellxs mismxs me dijeron esto.

Merian escribió este recuento al viajar a Surinam, una colonia holandesa en ese momento, con el fin de registrar las plantas e insectos del país. Ella esperaba hacer un gran descubrimiento al descubrir una plana como la quinina, la cual había hecho muy ricos a agricultores y botánicxs. A principios del Siglo XVIII, la botánica aplicada era un gran negocio. Los adelantos en el campo habían abierto la puerta a un mundo nuevo, un mundo lleno de medicinas. Pero Merian no logró un descubrimiento similar, en lugar de ello, registel conocimiento poco valorado de las mujeres esclavas por quienes el uso de la flor de pavo real se había vuelto profundamente político.

No fue la primera en describir estas cualidades. Otros dos naturalistas también habían descubierto el uso de la flor de pavo real como abortifaciente en las Antillas. Michel Descourtilz, un francés, había observado este mismo uso en Haití, escribiendo con desprecio que “las malas intenciones de las ‘negras’ que abortaban sus crías.” Otro comentó sobre “la práctica culposa de prevenir el embarazo mediante el uso de hierbas” y le sorprendía que las mujeres esclavas supieran cómo usarlas de manera efectiva, que las “bebidas no destruían su salud.”

El recuento de Merian sobre la flor de pavo real la distanciaba enormemente de sus contemporáne@s y consiste en un registro verdaderamente notable. Aunque corta, su descripción le atribuye racionalidad al acto de abortar, el cual, en manos de mujeres esclavas surinamesas, es un acto de resistencia: una recuperación de sus cuerpos y procesos reproductivos —ninguno de los cuales les eran propios, en los términos legales del Siglo XVIII. Igualmente sorprendente es la simpleza de su lenguaje, su uso abierto de la palabra “aborto” y lo directa que es al describir los usos ilícitos de la planta. merian no moraliza acerca del uso de las semillas: simplemente expresa lo que otras mujeres le han dicho.
The History of Abortifacients
Pero lo más fascinante de la revelación de Merian sobre la flor de pavo real fue la falta total de su divulgación en el interior de las comunidades médicas de Europa. Su libro “Metamorphosis of the Insects of Surinam” fue ampliamente utilizado por tanto botánicos como hombres de medicina —a tal grado que hoy en día las copias alcanzan precios increíblemente altos. Y la flor de pavo real en sí misma llegó a Europa: lxs mercaderes valoraban la apariencia de la plana y enviaron por barco grandes cantidades de sus semillas venenosas a sus países de origen, donde la planta decoró casi todo el jardín real.

No obstante, fuera del libro de Merian, casi no existía ninguna otra mención de las propiedades abortivas de las flores de pavorreal.

Mientras que la revolución científica y el colonialismo apoyaron el descubrimiento de numerosas hierbas medicinas, de manera colectiva, Europa se involucró en una especie de amnesia cultural tratándose de los abortifacientes. Londa Schiebinger, una historiadora de la ciencia que es también feminista, apunta: "Las mismas fuerzas que alimentan la explosión de conocimiento que asociamos con la Revolución Científica y la expansión global llevaron a la implosión del conocimiento acerca de las hierbas abortifacientes. La conciencia europea sobre los agentes anti fertilidad declinaron en el transcurso de los siglos dieciocho y diecinueve.”
La historia de la flor de pavo real es un microcosmos de una historia más amplia de abortifacientes: el conocimiento pasado de mujer a mujer, con frecuencia fuera de los límites de los discursos médicos tradicionales y, por tanto, confinados para siempre al terreno moral del peligro y la superstición. Pero pese a cientos de años de represión legal y religiosa, el abortifacientes aguantó la presión, probando que el deseo de la libertad reproductiva no es tan moderno como algunxs argumentan.

La historia de los abortifacientes es una narrativa paralela que informa nuestros propios debates contemporáneos sobre ellos, particularmente a la luz de la decisión Hobby Lobby. Es una historia que siempre ha sido atascada en las aguas turbias de lo que sería exactamente un abortifaciente; de lo que constituye la vida, y de dónde empieza ésta. Pero también es una historia de la increíble flexibilidad de los sistemas legales que encontraron maneras siempre nuevas y asombrosas para suprimir la libertad reproductiva.

Los abortifacientes son casi tan viejos como la palabra escrita, tan temprano como 1085, cuando Constantino el africano incluyó hierbas como el iris y el sauce como hierbas efectivas para inducir la menstruación. Incluso antes de eso, Muhuammed ibn Zakariya Al-Razi describió a la canela y el alhelí para propósitos similares en un texto que data de entre 865-925.

Abortifacientes estaban mezclado con y, al parecer, eran fácilmente asequibles mediante parteras o “mujeres sabias” durante la era romana. Existían pocas leyes regulando su uso, en gran parte debido al sentido más amplio que existía en aquél entonces con respecto a cuándo comenzaba un embarazo. La determinación de un embarazo se dejaba a la decisión de la mujer, a quien no se consideraba embarazada hasta que ella misma se declaraba así. Tal determinación casi siempre llegaba después de que la mujer de hecho ya siente el movimiento del feto, lo cual puede ocurrir en cualquier momento entre las semanas 14 y 20 de la gestación.

Cabe recordar que hasta el Siglo XIX, el uso de abortifacientes previos a la semana 14-20 no hubieran sido considerados abortos (al menos no de la manera en que ahora definimos el aborto). Durante el primer trimestre, las mujeres generalmente tenían la libertad de tomar hierbas con el fin de terminar su embarazo. Las pocas leyes que existían se aplicaban sólo a los embarazos visibles o anunciados, e incluso entonces eran regulados de manera muy semejante al robo: se protegía el derecho del padre y el feto no era una persona en el marco de la ley. La ley parecía satisfacerse con la ambigüedad de la “vida” y de cuándo empezaba ésta dentro del útero.

La mayoría de las leyes medievales tempranas adoptaron la posición romana referente al embarazo y el aborto temprano. De acuerdo con la Iglesia Católica, la vida empezaba al momento de “la llegada del alma”, que daba la casualidad que coincidía con las semanas 14-20. Pero la Iglesia aún veía con malos ojos los abortifacientes herbales y la anticoncepción. En el confesionario, los sacerdotes comenzaron a preguntarles a las mujeres: “Has tomado algún tipo de maleficium, eso es hierbas u otros agentes, para que no puedas tener hijos?” Pero al responder que “sí”, las mujeres no arriesgaban su alma morta, ni su libertad. Simplemente podía enmendar sus errores siguiendo la orientación del sacerdote.

Existía, no obstante, la idea, incluso en la Edad Media, de que el embarazo debía ser más estrictamente regulado. Y la posición de la Iglesia comenzó a cambiar cuando Tomás de Aquino escribió que sería la postura oficial de la Iglesia: el sexo era solamente para la procreación. Aquino argumentó que la interferencia en las leyes naturales de la reproducción eran inmorales, porque violaban “la razón correcta” de la ley bíblica. Abortifacientes, antes y despueś de la “formación” del feto, se consideraban una violación a la reproducción natural regalada por Dios. Aún así, es importante notar que, incluso dentro de esta posición, Aquino no ofrecía una nueva definición de la vida: sus filosofías estaban enraizadas en la comprensión antigua de que el embarazo empieza sólo después de las semanas 14-20.

Pero los textos de Aquino discretamente apuntan hacia la profunda incomodidad de la Iglesia con los abortifacientes, así como una inquietud sobre la “llegada del alma” o la concepción empezando tan tarde en el embarazo. La ley, sin embargo no estaba de su lado: intentos de regular “el brebaje de las parteras” sólo habían producido estatuas sin dientes. La historia europea está plagada de casos de mujeres con cargos de aborto que al final fueron halladas no culpables, tras insistir que aún no habían llegado a las semanas 14-20.

Y entonces, las drogas abortivas herbales continuaron siendo registradas en “libros de secretos”, libros pseudo científicos que trataban tanto de decodificar esas criaturas confusas —"las mujeres"—como de la ciencia. Estos estaban fácilmente accesibles, las parteras eran entrenadas con el conocimiento sobre el uso y la dosis de abortifacientes herbales.

Cuando la Iglesia Católica se dio cuenta de que no podía ni regular los abortifacientes, ni arrestar a las mujeres que podrían haberlos usado, empezaron a perseguir la fuente del conocimiento. Las parteras fueron duramente perseguidas durante los cientos de años en los que Europa quemaba brujas en la hoguera. Después de todo, la Biblia claramente ordenaba la muerte de las brujas en Éxodo 22:18: "A la hechicera no dejarás que viva."

"En la supresión de la brujería", escribe el historiador John Riddle, "tres cosas separadas y distintas —la brujería, la partería y el control natal—fueron unidas en un maridaje desafortunado y no santo.” No todas las brujas eran parteras, ni todas las parteras eran brujas, pero la intersección entre brujería y partería se forjó como una ley común. "Sevenfold Witchcraft" incluía todo desde el adulterio hasta la bestialidad y “ofrendar niños a diablos.” Pero también se enfocaba en el conocimiento de las parteras sobre la reproducción, la concepción y los abortifacientes herbales. La brujería incluía “obstruir el acto generativos” al hacer impotentes a los hombres, “destruir la fuerza generativa de las mujeres” y “procurar el aborto”.

Es difícil conjeturar exactamente por qué se señaló a las parteras durante los siglos en los que la quema de brujas duró —la necesidad del crecimiento poblacional, el estrés psicótico, el control de los cuerpos de las mujeres, el reforzamiento de las leyes religiosas, todos ellos pueden tener algo que ver—pero hubo un sendero claramente forjado entre la sexualidad de las mujeres y la partería y por tanto la brujería. Para ser clarxs, la vasta mayoría de las mujeres enjuiciadas por ser brujas recibieron también el cargo de desviación sexual (adulterio, homosexualidad, etc.), pero un número significativo eran simplemente parteras practicantes. En Salem, uno de los juicios más famosos fue el de Anne Hutchinson, una partera practicante. Y de las casi 200 mujeres acusadas en Salem, veinte por ciento fueron identificadas como parteras.

Los juicios de brujas también coincidieron con la profesionalización del médico, quien, armado con una educación universitaria, consideraba a la partera como el producto de la superstición y la irracionalidad provinciana. El conocimiento de la parter de hierbas anti fertilidad fue excluida. La posición de los hombres de medicina fue reforzada por la Iglesia quien, en su decreto papal, declaró: “Si una mujer se atreve a curar sin haber estudiado es una bruja y debe morir.

Entonces las parteras dejaron de aprender y dejaron de aceptar pacientes. La quema de brujas fue una herramienta efectiva para romper la cadena de conocimiento sobre abortifacientes que había estado en circulación durante miles de años.

La cadena de conocimiento estaba rota, pero la demanda de abortifacientes nunca disminuyó. Y para evitar la persecución por parte de la ley, aquellas que traficaban hierbas suplementarias usaron un lenguaje con el fin de cubrir los propósitos reales de sus drogas, Quizás es por eso que Merian estaban tan sorprendida por las palabras claras y directas de las mujeres surinamesas. Para cuando Merian entró en el campo de la botánica aplicada, los abortifacientes estaban escondidos bajo capas de secreto; si Merian llegó a saber algo sobre abortifacientes herbales, ello probablemente fue mediante textos en latín. “Estimuladores menstruales” aparecieron en varios textos ginecológicos de los siglos XVII y XVIII; las apotecarías aseguraban tener bebidas que prometían eran “puramente naturales”, así como hierbas cuyo fin era “hacer que bajar la menstruación."

En un texto raro de 1671, una tal Sra. Jane Sharp publicó una guía para parteras con el fin de evitar “las muchas miserias que las mujeres tienen que aguantar a manos de parteras sin habilidades” Sharp incluyó en su guía plantas que causarían un “aborto espontáneo” como "alpine snakeroot." En la cuarta edición, se omitieron las hierbas para “abortos espontáneos”, pero los estimuladores menstruales (“artemisa, tansy, pennyroyal y hierba gatera, tomadas con agua de canela”) continuaban en el libro. Pero Sharp incluyó una advertencia necesaria: “no des ninguna de estas cosas a mujeres que cargan un hijo, pues eso sería asesinato.” Algunxs historiadorxs han sugerido que el lenguaje como éste se asemeja nuestras propias etiquetas en las drogas, particularmente la advertencia que nos es muy familiar: “No tomar si está embarazada o lactando.”

Para el Siglo XVIII, también, el tomar y vender abortifacientes lentamente se convirtió en algo ilegal. Pero era difícil identificar las substancias dada la manera estilo a “capa y espada” con la que se les etiquetaba. Y esto siguió así durante buena parte del Siglo XIX. Las mujeres de la era victoriana que buscaban un remedio para sus “problemas femeninos” podían abrir un periódico y elegir entre cualquier número de pastillas y polvos para curar sus males. Muchas de ellas venían con un aviso legal que decía que no debían ser usados durante el embarazo.

The History of Abortifacients
Muchas de las pastillas y polvos que se ofrecían estaban lejos de ser seguros. Los abortifacientes no habían sido probados o regulados, y eran tan seguros como un aborto realizado en un callejón cualquiera. Algunas de las pastillas y polvos eran en realidad placebos, algunos purgantes o laxantes, y otros francamente venenosos.

La revista británica de medicina apuntó que entre 1893 y 1905, "cientos de casos de envenenamiento por plomo por [la ingesta de] diachylon [un oleato de plomo] que estaban sucediendo cada año, tanto que en las salas de consulta externa en los hospitales de Nottingham y Sheffield se volvió parte de la rutina el examinar las encías de las pacientes.” La respuesta de la revista (Journal of British Medicine) y la Asociación Médica de Inglaterra no fue regular los abortifacientes, ni hacerlos más seguros y accesibles. En lugar de ellos, se reunieron con el Consejo Londinense de la Moralidad Pública (London Council of Public Morality) y crearon una nueva ley que volvía “cualquier anuncio y venta de drogas o artículos diseñados para promover el aborto espontáneo o procurar un aborto  ilegal, y que los anuncios de drogas o artículos diseñados para la prevención de la concepción también deberían ser ilegales."

Su legislación -que incluyó la contracepción sólo por diversión- fue aprobada en 1906. La Asociación Británica de Medicina celebró “la restricción más efectiva disponible sobre la venta de… abortifacientes.” Las leyes sólo empujaron el comercio de abortifacientes hacia el underground, haciendo que estas drogas fuerona vistas como más y más peligrosas.

Pero si la legislación en el Reino Unido hubiera sido tan exitosa, es porque tenían un cianotipo con el cual trazar su camino. En los Estados Unidos una le federal de 1873, conocida como la Ley Comstock, había legislado el envío de cualquier cosa que cayera bajo una definición increíblemente amplia de obscenidad. Incluía materiales impresos “obscenos”, anticonceptivos, abortifacientes y correspondencia privada “obscena”. La Ley Comstock jugó un papel significativo en los esfuerzos de los últimos años del Silgo XIX para mantener al sexo unido a la reproducción. Y la ley, nombrada así por su campeón y agente Anthony Comstock, estaba directamente dirigida a quienes vendían abortifacientes. El lenguaje obsceno se dejó casi enteramente a la consideración de Comstock quien, con gran celo, cazaba a quien ofreciera “reguladores femeninos”. Comstock atrapó así a la infame abortista Madame Restall, agarró a la médica Ida Lincoln quien ofrecía proporcionar un abortifaciente por correo en respuesta a una carta que era en realidad un señuelo en 1898, y con una sola mano cerró la venta de cualquier cosa que asemejara a un abortifaciente seguro. La ironía del fanatismo persecutorio de Comstock es que mientras tanto, el uso de abortifacientes previo a las semanas 14-20 todavía era mayoritariamente legal.

Mientras Comstock cazba a quienes ofrecían abortos, los estados comenzarona  redefinir el momento de la concepción. En el estado de Maine, el Jefe de Justicia de la Suprema Corte dijo que la vieja idea del comienzo de la vida en las semanas 14-20 “había sido abandonada por todos los juristas en todos los países en los que una jurisprudencia iluminada existe en la práctica.” Y el resto de los estados cayeron como dominoes, acordando todos ellos que la vida empezaba con la concepción y que el aborto o las drogas abortivas eran todas ellas ilegales.

Si eso no hubiera sido suficiente, entre 1919 y 1934, el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos emitió restricciones legales contra cincuenta y siete “productos para la higiene femenina” incluyendo las “tabletas femeninas de Blair” y “las pastillas reguladoras de Madame LeRoy”.

Para el Siglo XX, las mujeres casi habían perdido por completo un tipo de libertad reproductiva que había disfrutado desde al menos el amanecer del Imperio Romano.

Si hoy día existe la idea de que los abortifacientes son peligrosos, es probable que esto sea por el conocimiento y la investigación sobre ellas se ha suprimido durante tanto tiempo. Para hacerlas ampliamente accesibles —para posibilitar el aborto posclínico— se requeriría de una legislación radical: el reconocimiento de que las mujeres son lo suficientemente de fiar y lo suficientemente racionales para tomar decisiones sobre su propia reproducción.

Parecería, entonces, que el horroroso ciclo de esta historia particular es repetitiva: las mujeres quieren tener acceso a abortar, las leyes son hechas para “proteger” a las mujeres, las mujeres arriesgan su salud para asegurar su libertad. En este ciclo, las mujeres son falsamente incriminadas como seres irracionales que arriesgan sus vidas; la ley es siempre racional, siempre prevalece. La ley es tan racional que en 1993 cuando un grupo numeroso de mujeres brasileñas fueron hospitalizadas por abortos incompletos después de tomar una droga para úlceras, la respuesta de la ley fue obstaculizar el acceso a las mujeres embarazadas para obtener cualquier tipo de droga. La ley estaba trabajando para proteger la vida. Y de hecho, la ley es tan racional que las naciones  han llegado a bastante literalmente movilizar buques de guerra para prevenir la entrada de abortifacientes al país. El misoprostol es lo suficientemente peligroso para garantizar las poderosas armas de la milicia moderna.

Pero quizá sea más importante el intento constante para reescribir las definiciones de “vida”, “concepción” y “abortifaciente”. Para Hobby Lobby e individuos con ideas semejantes, el sólo considerar Plan B, Ella o DIU’s como abortifacientes, esto requiere tanto de la creencia de que el embarazo comienza en el nivel microscópico de la fertilización y la revisión radical de la definición de un abortifaciente. También requiere de un borrón y cuenta nueva de una historia en particular, principalmente una historia sobre las mujeres. Negar la realidad de que las mujeres siempre han buscado el derecho a la libertad reproductiva —mucho antes de que el feminismo “infectara” la ideología posmoderna—no sólo es una creencia que se ubicaría del lado equivocado de la historia, sino que también sería ignorar que la historia realmente existe

*  Stassa Edwards es una escritora y editora freelance.

Imagen superior por Jim Cooke, ilustración original por Maria Sibylla Merian en la Metamorfosis de los insectos de Surinam; la segunda imagen es de The Library Company.

FUENTES/LECTURAS ADICIONALES:
Karen Abbott, "Madame Restell: The Abortionist of Fifth Avenue," Smithsonian. Disponible en línea
John M. Riddle, Eve's Herbs: A History of Contraception and Abortion in the West. Harvard University Press, 1997
Londa Schiebinger, The Mind Has No Sex? Women in the Origins of Modern Science. Harvard University Press, 1989.
Londa Schiebinger, "Lost Knowledge, Bodies of Ignorance, and the Poverty of Taxonomy as Illustrated by the Curious Fate of Flos Pavonis, an Abortifacient," en Picturing Science, Producing Art. Routledge, 1998. Más del trabajo de Schiebinger's está disponible en línea. 



 Este artículo fue publicado originalmente en Jezebel. La traducción es de Helecho Verde.


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