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domingo, 12 de octubre de 2014

Rupturas amorosas, separaciones cariñosas

Por Coral Herrera Gómez

Somos gente guerrera: basta con encender la televisión o abrir un periódico para comprobarlo. Los grupos de poder lanzan bombas de odio para llenar sus bolsillos de dinero, pero todos nosotros también  libramos batallas a diario en casa o en el trabajo. Como nos organizamos en jerarquías, sostenemos constantes luchas de poder con las personas con las que nos relacionamos: con el padre, con la jefa, con el hijo, con tu vecina, con tu amante…

rupturas amorosas
Sí, somos gente guerrera a la que le cuesta relacionarse con amor, pese a que vivimos en un sociedad muy romántica: nos encantan las canciones de amor, las películas con finales felices, las historias reales de gente que se ama… Sin embargo, no sabemos querernos bien, y tampoco sabemos separarnos bien. Cuando llega el momento de la ruptura, por muy buena gente que seamos, podemos llegar a convertirnos en auténticos monstruos, seres despiadados sin escrúpulos capaces de utilizar las más viles estrategias para vengarnos, y para infligir dolor en la otra persona.
Un ejemplo de esta guerra sin cuartel que empezamos cuando acaba nuestro romance (e incuso mucho antes del final) es la comedia de “La guerra de los Rose”, aquella película en la que la pareja formada por Katheleen Turner y Michael Douglas lucha a muerte cuando llega la hora de separarse. Aun se quieren, y aún sienten una fuerte atracción sexual el uno por el otro, pero se odian. Este mensaje de que del amor al odio hay un paso es muy recurrente en nuestra cultura amorosa: es una idea que justifica la violencia contra la persona amada. No nos parece nada rara la contradicción de que puedes amar sincera y locamente a una persona un día, y al día siguiente puedes querer destrozarla, hundirla, hacerla daño, o machacarla sin piedad.
La gran paradoja del romanticismo radica en que hay personas que aparentan ser muy sensibles, dulces, generosas, y tiernas cuando todo va bien, y después convertirse en gente cruel, vengativa, despiadada, cuando todo va mal. En nombre del “amor” justificamos los actos más viles (acusaciones, mentiras, chantajes, amenazas, insultos, y putadas variadas) y somos incapaces de vernos como malas personas, pues si no nos aman tenemos todo el derecho del mundo a ser mezquinos y crueles.
Se dice que en el amor vale todo, por eso hay gente que es capaz de cualquier cosa con tal de herir a la persona a la que ama o amó, como por ejemplo secuestrar a sus hijos e hijas, que es uno de los métodos de castigo más habituales: “si no quieres estar conmigo, no vas a verlos; si te separas de mi, te separo de ellos”. Al menos hasta que la justicia se pronuncie  sobre el régimen de visitas o sobre la custodia de los menores.
Otro método de castigo suele ser tratar de sacar a la otra persona todo el dinero y los recursos posibles: hay un montón de abogados y abogadas que te animan a sacarle hasta el último euro para dejar a la otra persona empobrecida y sin ganas de volver a casarse. También hay otra vía infalible para vengarse: aislar afectiva y socialmente al ex para que se quede solo o sola después de la separación, mediante el método de hacerse la víctima con el grupo familiar y de amigos. Siempre se espera que los demás se pongan de parte del bueno y castiguen al malo…
Son muchas y muy variadas las formas de hacer la guerra cuando nos separamos, de hecho, hay personas que convierten su odio hacia el ex en el centro de sus existencias, y pasan años tratando de destrozarle la vida como si eso le fuese a hacer sentir mejor.
Las guerras románticas afectan a mucha gente alrededor de las parejas, pero no están mal vistas en nuestra cultura, y hasta cierto punto se considera “comprensible” que allí donde hubo mucho amor, después haya mucho odio. La violencia en las rupturas parece legitimada por la intensidad de las pasiones: hasta la prensa justifica los asesinatos de mujeres porque fueron motivados por estados emocionales alterados (la mató porque tenía celos, la mató porque lo abandonó, la mató porque le pilló in fraganti con su amante).
Hay culturas, como los Mosuo de China, que no viven las rupturas sentimentales de un modo tan traumático y violento, quizás porque entre ellos no establecen relaciones basadas en la propiedad privada, de modo que no les resulta tan difícil practicar el desapego. Las mujeres Mosuo viven en sus casas con sus hijos e hijas, y van de noche a la casa del amante a visitarlo, de manera que cuando uno de los dos miembros ya no desea seguir con la relación, la estructura vital de ambos no se desmorona: cada uno tiene su casa y sus bienes, y lo único que han de sufrir es el duelo de la separación, no el derrumbe de su vida entera.
Nosotros deberíamos poder hacer lo mismo: juntarnos y separarnos con alegría, con cariño, y con generosidad. Para ello es importante que entendamos que no se puede obligar a nadie a permanecer a nuestro lado en contra de su voluntad, que cuando las cosas no van bien y uno de  los dos amantes no es feliz (o ninguno de los dos), es mejor separarse y buscar nuevas oportunidades de construir relaciones bonitas.
Nuestras leyes y nuestro sentido de la ética deberían también cambiar para que cualquier persona que se porte mal con otra, sienta algo de vergüenza por sus mezquindades y actos de venganza, en lugar de justificarlos. Y para que la comunidad no permita que el dolor de los adultos haga un infierno la vida de los niños y las niñas.
 Nuestra cultura romántica debería promover la ternura a la hora de separarse,  y nosotros deberíamos poder agradecer a la otra persona el tiempo que estuvo con nosotros, y lo feliz que nos hizo. Igual suena muy fuerte eso de decirle a alguien: “Margarita, gracias por los 3 años de felicidad que vivimos juntos, ojalá que seas feliz en tu nueva etapa”, o “Manolo, lo pasé de maravilla estos 4 meses de amor, gracias por disfrutar este ratito junto a mí”. Si, suena raro, pero nos iría mucho mejor, desde luego, y nos sería mucho más fácil curar las heridas de amor y volver a empezar otra etapa en nuestras vidas.
En el proceso de separación tendríamos que conectar con la otra persona con amor (del mismo modo que cuando empezamos la relación), hablar mucho y muy a menudo, comunicarnos con transparencia pero tratando de no hacer daño a la otra persona, y no vivir la ruptura como si fuera un abandono, sino como una oportunidad para empezar a relacionarse de otra manera, por ejemplo, desde la amistad.
Y es que hay mucha gente que logra transformar el amor en amistad: si no fuese así, mi propuesta de separarse con cariño sería una fantasía absurda. Pero como hay gente que lo logra, sabemos que tratar bien a tu ex y desearle lo mejor es difícil, pero no imposible.  Es cuestión, creo, de conectar con nuestra capacidad de amor, en los buenos momentos, y en los malos, y de actuar desde el centro de la buena persona que habita en nuestro interior. Sí, esa persona que actúa sin egoísmo, que ama su libertad y la tuya, que asume con deportividad las pérdidas y las derrotas, que te ayuda en lo que necesites, y que se deja ayudar cuando lo necesita. Sí, la misma persona que se estremece escuchando boleros o que llora al final de las películas: esa buena gente que somos…

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