He visto lo difícil que es para la mayoría de los hombres empatizar con cualquier crítica al machismo. Suelen ponerse a la defensiva y dedicar todo su esfuerzo en buscarle hasta la décima pata al gato, como si de eso dependiera su honor personal. Evidentemente, con esa disposición es difícil entender de qué va la cosa.
También he notado que muchas veces las mujeres en un intento de incluirlos y de no parecer tan pesadas o extremistas, podemos caer en relativizaciones que pueden llevar a perder de vista el sentido de las discusiones.
Estos son algunas de las confusiones que he observado en muchos hombres y algunas mujeres al enfrentar estos temas:
1. Ignorar que todos los machismos son parte de un problema cultural mayor
Ya se hable de acoso sexual callejero, de cosificación en la publicidad o de femicidios, todo es una manifestación de lo mismo: la dominación histórica de lo masculino por sobre lo femenino en la sociedad en general. Lo que las feministas en los años 70 llamaron patriarcado. El término sigue siendo útil y descriptivo, sobre todo en sociedades como la chilena. Es decir: esto no se trata de culpas individuales ni de guerra de los sexos. Todos vivimos en el mismo mundo, por lo tanto, todos somos machistas por defecto.
2. Considerar que hay machismos poco importantes
Se suele leer y escuchar que las feministas debieran preocuparse de cosas más importantes, y este comentario suele rematarse con un ránking de gravedad:
“El problema de los femicidios es más grave que el del piropo”.
“Las feministas de antes se preocupaban de cosas importantes como el voto femenino, las de ahora de cosas poco importantes como la publicidad o el piropo”.
(Los chilenos odian que se cuestione el piropo)
Yo creo firmemente que cualquier aporte a desnaturalizar la creencia de que las mujeres y lo femenino es inferior a lo masculino, es apuntar al origen mismo del problema. De lo contrario, el asunto se transforma en una lista de quejas ordenadas por importancia que no nos llevará muy lejos.
Si hay hombres que aprenden que, a pesar de lo que diga la publicidad, la tv, o su mamá, no está bien lanzarle un comentario sobre su cuerpo a una mujer en la calle, ya que aunque esté en un lugar público su cuerpo es de ella, es muy difícil que esos hombres lleguen a practicar violencias mayores.
3. Ignorar el lugar desde donde uno habla
Cada vez que alguna mujer alza la voz reclamando por algún tipo de violencia machista, se llena de críticas masculinas del tipo:
“Yo también he sido acosado por una mujer en el metro y no hago escándalo”.
“El otro día vi una cámara oculta en que una mujer le pegaba a un hombre y nadie hacía nada”.
“En vez de criticar la violencia contra las mujeres, por qué no critican la violencia en general?”.
Sí, podemos estar de acuerdo en que la violencia o la discriminación es mala, venga de donde venga. Lamentablemente, la frase “paz y amor”, por muy bonita que se vea en las tarjetas navideñas, en la práctica no cambia nada.
Nos guste o no, en este mundo existe una jerarquía de poder. Existe un “sujeto” que pone las reglas y está muy conforme con ellas. Este sujeto es hombre, heterosexual, blanco, y de clase alta (clase media europea).
Todos los demás somos “los otros”. De alguna u otra forma estamos oprimidos por nuestra “diferencia”, y en alguno casos disfrutamos, unos más que otros, de ventajas y facilidades para movernos por el mundo que nos ponen en una situación de privilegio.
No se puede juzgar la realidad de otro sin considerar las opresiones o los privilegios en los que vive.
Para entender por qué hay tantas mujeres hablando de violencia machista, es necesario ver el mundo con ojos de mujer. Esto significa: considerar que existe una cultura en la que vivimos todos, que ha intentado siempre hacerte sentir más vulnerable, más víctima, con menos derechos, menos dueña de tu vida y de tu cuerpo. Cultura que se transmite por todos lados: por la familia, el colegio, los amigos, las amigas, los medios, la ficción, la justicia, la política.
4. Creer que a las mujeres obtenemos algún beneficio del patriarcado porque nos dan el asiento en el metro
Que nos den el asiento, que nos abran la puerta, que no paguemos entrada en algunos lugares, que nos paguen la cuenta, que nos quedemos con los hijos después de un divorcio, NO SON privilegios.
Son trampas que pagamos con:
Naturalización de nuestra debilidad: necesitamos el asiento porque ser mujer es una discapacidad.
Dependencia económica: él se hace cargo del dinero, él tiene el poder económico.
Naturalización de la idea de que el cuidado es tarea femenina: solo nosotras estamos capacitadas para cuidar hijos.
Objetivación sexual: somos la carnada para atraer al público masculino que es el que supuestamente paga.
5. Decirle a los hombres que se hagan feministas porque “el feminismo les conviene de la misma forma que a nosotras”
Sé que los hombres también son oprimidos por el patriarcado, que éste los obliga a ser violentos y a reprimir sus emociones.
Pero, aunque esto suene controversial, se me ocurre que a un hombre heterosexual le conviene más seguir creyendo que es un ser superior de nacimiento que meterse en serio en en este mar de cuestionamientos complicado e incómodo.
Pedirle que comprenda el feminismo es pedirle que cuestione toda su vida y se plantee cosas como:
“No tengo ningún derecho a opinar sobre el cuerpo de las mujeres que caminan por la calle”.
“A pesar de que al amigo de mi vecino le hayan agarrado el poto una vez, existe una cultura de la violación de la que yo no soy víctima”.
“La responsabilidad de mantener mi casa en orden y cocinar también es mía”.
“La responsabilidad del cuidado y la crianza de mis hijos también es mía”.
“Aunque el porno diga lo contrario, el placer de las mujeres no gira en torno a mi pene. Solo una minoría de las mujeres llega al orgasmo con la penetración”.
“Lo femenino no tiene menos valor que lo masculino. No tiene sentido utilizar expresiones como “niñita”, “madre”, “zorra” para burlarse de otro hombre”.
“La sexualidad es muy variada, no tiene sentido hacer juicios de valor respecto a los gustos sexuales de la gente”.
“Existe una fundamental diferencia entre un objeto sexual y una persona sexual”.
Etc.
Es un gran trabajo. ¿Y sólo para terminar perdiendo privilegios?, ¿para que los demás hombres lo traten de maricón o de mentir para agradar a las minas?
Quizás es mejor ser realistas y decirles que aunque no les convenga tanto personalmente, el feminismo nos sirve a todos para vivir en una sociedad más igualitaria y justa. Para ser mejores personas, en definitiva.
O simplemente no esperar que nos entiendan y nos crean, y ejercer nuestros derechos por las buenas o por las malas.
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Tomado del blog En la ciudad de las damas
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