Por Irune Iturbide.
Qué razón tenían mis padres
cuando yo, de pequeña, le preguntaba a quién querían más: si a mi o a mi madre
o padre. Y siempre me respondían que nosquerían diferente. Confundida y
recelosa por la respuesta, intentaba llegar a entender qué significaba aquello
de “querernos diferente”. Su respuesta no me parecía suficiente, porque con
apenas 5 años de edad no llegaba a entender cómo podía quererse de manera
“diferente” a las personas.
El amor, según la RAE, es el
“sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia,
necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”; también se define como “sentimiento
hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en
el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir,
comunicarnos y crear”, o como “sentimiento de afecto, inclinación y entrega a
alguien o algo”.
Amor es una palabra muy simple
pero cargada de peso. Desde que nacemos estamos predispuestos a amar. Esta
palabra la oímos, vemos y practicamos constantemente, y cada uno/a tiene una manera
de expresar el amor. Hay diferentes formas de expresarlo, según nuestras
vivencias y las relaciones que tengamos en nuestras vidas. Seguro, además, que
hemos amado a muchas personas y que a cada una se lo hemos demostrado de una
manera diferente. Y seguro que también nuestra manera de expresar el amor no es
la misma ahora que unos años atrás. El bagaje acumulado nos hace construir
nuevas formas de expresarlo y vivirlo.
Con los años, he ido descubriendo
que he amado y amo a muchas personas pero que no todas me generan el mismo sentimiento
de amor: el amor que sentimos por nuestra madre por ejemplo, o el que sentimos
por nuestra pareja es, sin duda, diferente.
Podríamos decir que el amor es un
sentimiento egoísta; buscamos el amor con el objetivo de ser nosotros más
felices. Pero, ¿todos los amores son egoístas? ¿Todos los amores tienen el
mismo fin? En la antigua Grecia el tema del amor suscitaba mucho interés,
llegando a la conclusión de que se podía amar de manera muy diferente.
Para poder definir bien estos
tipos de amores diferentes, los griegos formularon términos diferenciados para
cada uno de ellos. Eros, storgé, ágape y philia son los términos que utilizaron
para ordenar este batiburrillo del amor.
Eros es el amor carnal, de ese
que hablamos aquí constantemente. Es el amor que juega con los sentidos, el
goce y los placeres carnales. Es el amor de la pasión. En la mitología griega
Eros era el dios del amor y los placeres, por lo tanto, el amor Eros es aquel
en el que la fuerza motora es la pasión y la atracción.
Ágape es el amor como caridad. Un
amor basado en la compasión, el cuidado, la amabilidad y la atención al otro.
Es un amor desinteresado y encuentra placer en dar.
Philia es el amor de amistad,
basado en la consideración y el respeto. Este es un amor atento que une a las
personas. Pedofilia, por lo tanto, como comenta Maria Nieves Gómez en un
artículo escrito en esta misma página, significaría amor, consideración y
respeto hacia los niños (una vez más nos volvemos a liar con los usos
terminológicos).
Storgé habla de los amores
sanguíneos, los que tomas como propios. Este tipo de amor se puede utilizar
para describir el que los miembros de la familia sienten unos hacia otros.
Storgé es un amor que implica compromiso.
Los humanos tenemos mucha
capacidad para amar y para amar de maneras muy diferentes. Somos seres que
anhelamos las relaciones interpersonales y, así, a lo largo de nuestra vida nos
encontramos y reencontramos, vivimos duelos,pérdidas, nos caemos y nos
levantamos. Todos los amores de nuestras vidas, sin embargo, nos dan algo: ya
sea un aprendizaje, una experiencia irrepetible o un bonito recuerdo.
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