Por: Rita Abundancia
La tendencia 'fast & furious' nunca ha traído buenas consecuencias en ningún ámbito, por eso nació el movimiento slow, primero relacionado con la comida para luego extenderse a las ciudades, el trabajo y las escuelas. Esta ideología propone reducir el ritmo –aunque solo sea para llegar más tarde al caos–, disfrutar más del camino, y no sólo de la meta, y abogar por la calidad y no la cantidad. Premisas todas ellas contrarias al espíritu de los tiempos y a los criterios de selección de personal de las grandes empresas pero que, precisamente por utópicas, resultan más necesarias que nunca.
Cuando se habla de slow sex la gente lo relaciona automáticamente con el tantra y con el arte de retrasar la eyaculación, pero es mucho más que eso y no hace falta conocer los secretos de esa filosofía oriental para empezar a parecernos un poco a los amantes de Hong Kong o a los brasileños. El slow food no se reduce a masticar más despacio, sino que abarca todas las etapas de la elaboración de la comida y aboga por productos frescos y locales, formas sanas y creativas de cocinarlos y maneras agradables de saborearlos, con el tiempo necesario, buena compañía y sobremesa; del mismo modo el slow sex copia este modelo integral y propone que ralenticemos y disfrutemos más de todas las etapas de una relación sexual, sin metas ni objetivos definidos que puedan perturbar su desarrollo, y, por supuesto, sin whatsapps, emails o sms de por medio.
Ustedes deciden si ante un pastel prefieren abalanzarse y devorarlo en cuestión de segundos o adoptar la actitud más elegante y cinematográfica de coger una almendra y saborearla lentamente; pasar a un adorno de chocolate, mirarlo detenidamente hasta que la boca se haga agua y entonces mordisquearlo y chuparse el resto que ha quedado entre los dedos. Con el intenso sabor del cacao en el paladar, hacer que la mente participe y nos lleve a donde quiera y volver a abordar el pastel, como si fuera el último que pudiésemos comer en nuestra vida. Ya lo dijo la sabia y genial Mae West: “Cualquier cosa que merezca la pena hacer, hay que hacerla lentamente”.
Claro que ir despacio no es sinónimo de ser un cursi. Los partidarios del sexo hardcorealegarán que la pasión tiene ritmos más acelerados y que rasgarle la ropa a tu pareja con los dientes es más excitante que un decorado de película erótica de los 80, con efecto velado, candelabros y música ñoña. Obviamente, si estamos en el inicio de una relación, esclavos del deseo, no necesitamos consejos de ningún tipo, la fase de precalentamiento está permanentemente resuelta en nuestra cabeza. El problema es cuando la cosa se enfría un poco y necesitamos volver a calentar motores, o cuando el sexo se ha vuelto algo monótono y previsible. De hecho, la etapa de la seducción, anterior al sexo, es la primera que se elimina una vez que tenemos establecido contacto con nuestra presa. Grave error, porque es seguramente una de las más importantes, tanto como la procedencia de los alimentos en el slow food.
Las mujeres somos las que más sufrimos la supresión de esa etapa, cuando ya hay confianza y se da por supuesto que nos abriremos de piernas sin necesidad de que nadie nos dore la píldora. Los grandes seductores de la historia lo han sido, no tanto por sus proezas en la cama –no hay nada nuevo bajo el sol–, sino por lo que hacen mucho antes, frente a un vodka martini "mezclado, no agitado" como nos enseñó Mr. Bond. Para los experimentados casanovas, el acto sexual empieza ya aquí, con el primer contacto, porque una vez que se ha erotizado la psique, el resto es coser y cantar. Aquí chicos, estáel secreto de los feos resultones que se van con las tías buenas y que nunca comprendemos por qué. Hay que echar mano de miradas, diálogos propios de Mad Men, promesas, trailers de la película X que protagonizaremos esa noche o mensajes sucios, usando la tecnología disponible a nuestro alcance que, además de ir calentando a nuestro partenaire, harán más llevadera la tarea de los muchos espías que nos rodean, con el fin de hacer un mundo más seguro.
Aquí hay que ser creativos y cambiar, a veces, los papeles, lo que supone pedir más actividad e iniciativa a las damas porque a ellos también les gusta que los seduzcan. Hay que asumir el riesgo de que te den morcillas. No pasa nada, haremos callo y entenderemos mejor al sexo opuesto.
La etapa de precalentamiento, una vez entrados en materia, es sumamente importante y aquí generalmente son los hombres los que deben poner más atención, ya que nosotras tardamos algo más en estar dispuestas. Como dice un artículo publicado en la revista para hombres Gal Time.com, titulado 5 Steps to slow sex (Cinco pasos para el slow sex): “Las mujeres necesitan una media de 10 a 20 minutos para estar suficientemente excitadas para el clímax, dependiendo del método y de cada mujer”, asegura la sexóloga Debbie Hernenick. “Esto puede ser un problema cuando se lleva tiempo con la misma pareja. Las hormonas que facilitan el ‘aquí te pillo, aquí te mato’ cuando se acaba de conocer a alguien, desaparecen con el tiempo”.
Un fallo todavía muy común entre la población masculina es practicar la espeleología entre las piernas de la mujer pensando que esto la volverá loca, pero como apunta Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga y directora del Institut Clinic de Sexología, de Barcelona, “si quieres excitar a un hombre empieza tocando sus genitales. Si quieres apagar a una mujer empieza tocando sus genitales”. Podríamos decir que el clítoris es un órgano vergonzoso y delicado, y una excesiva manipulación prematura puede asustarlo y hacer que no quiera volver a salir durante algún tiempo. “Una buena práctica en esta fase es explorar las zonas no erógenas, que también causan placer y cuya sensibilidad varía según los individuos”, apunta la doctora, “a muchas mujeres les gusta que le toquen el pelo, la parte interna de los brazos y muslos, las manos… La zona del coxis es también muy placentera para ambos sexos”.
En otro artículo, de la revista Men’s Fitness, titulado Why Slow sex is better (Porque el Slow sex es mejor) y firmado por la psicóloga Belisa Vranich, se apuntaba un nuevo escollo en el camino: “Que una mujer esté mojada, no quiere decir que se encuentre cerca del clímax”. “Es cierto”, añade Francisca Molero, “podría decirse que en nosotras hay una cierta desconexión entre la mente y la respuesta sexual, que no existe en el hombre. Se han hecho estudios en los que se ha sometido a mujeres a estímulos eróticos y se ha visto como sus cuerpos reaccionaban como si estuvieran excitadas, pero ellas no tienen esa consciencia. De hecho, se empieza a hablar de lo que ya se conoce como trastorno de la excitación genital persistente, algo muy poco común, pero en el que la mujer experimenta los síntomas de la excitación sexual, aunque no haya recibido ningún estímulo y ella no se sienta así mentalmente”. Cielos, se preguntarán muchos, ¿cómo saber entonces cuando la mujer está preparada? Belisa Vranich, da un consejo en el mismo artículo: “Una buena regla general: calcula el tiempo que crees que ella necesita y dóblalo. Si está dispuesta antes, lo sabrás”.
Horas más tarde, nos encontramos ya próximos a abordar, si nos da la gana, la penetración. Un amigo mío heterosexual, próximo a cumplir los 50, reconocía cómo, tanto él como su pareja, descubrieron una nueva sexualidad cuando los años empezaron a pasarle factura y debía ir más despacio en la cama. Claro que lo ideal es ir alternando los ritmos y pasar de las melodías más lentas a las más agitadas. El slow sex apuesta por retardar el orgasmo con la sencilla técnica de cambiar de postura o parar cuando vemos que nos vamos acercando al clímax. Lo que promete, aseguran, un placer final mucho más intenso. En esto, el libro Slow sex (Sexo sin prisas), de Diane Richardson (Editorial Gulaab), nos propone lo que la autora llama “posturas rotativas sobre el eje de conexión genital”, es decir, ir cambiando de posición, sin perder la conexión genital, para que las angulaciones, las profundidades y los ritmos de las pelvis creen nuevos estímulos. Variando de movimiento cada vez que se está cerca del orgasmo, para prolongarlo.
En la serie Masters of Sex, una voluntaria a participar en los estudios de Master y Johnson, una mujer madura que nunca ha experimentado un orgasmo, contesta así a la pregunta de qué siente cuando hace el amor: “Noto una desagradable sensación de frotamiento, doctor”. “¿Y no siente ningún alivio?”, le pregunta el científico. “Sí, cuando acabo”, contesta ella. Un amigo definía el sexo como “minutos de duro ejercicio físico y segundos de placer”. El slow sex promete cambiar esta ecuación en minutos de placer y segundos de éxtasis.
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